Me miro al espejo,
y un búho me devuelve la mirada, da igual todo da igual. Mis pensamientos se
concentraban en un maldito individuo, hijo de puta. Nunca más, me prometí hace
dos años que se acercaría a mi vida y con casualidad o sin ella, ha vuelto. Y esta
vez no lo voy a dejar escapar.
La brisa mañanera
entra por la ventana del baño, en el cual huele a vomito, me dan arcadas
pero me contengo. Tengo que actuar con normalidad, y que nadie sepa mis
intenciones hasta que la venganza sacie mis manos y mi corazón. Me lavo la cara
espabilo y me dirijo a casa, necesito informar a mi madre de lo que ha ocurrido.
Al llegar me la encuentro en el despacho de papa, con una fotografía en la mano
y sollozando silenciosamente. Normal, el dolor que se siente por lo que ocurrió,
le asalta de vez en cuando, pero yo estoy aquí para ella. Y ahora más que
nunca, ya lo tengo. Me acercó a ella y la consuelo como yo solo sé, la mimo un rato,
una mujer de 40 y tantos, también necesita mimos. Vemos una película, y mientras
preparo las palomitas le cuento lo ocurrido, ella asiente, ausente.
Evidentemente omito el encuentro, tengo que contactar con mi mensajero, seguro
que ya sabe mi próximo movimiento.
Simplemente cojo
el móvil y le envió un mensaje, simple corto y llamativo.
“Encontrado, que empiece el juego”
Aquel juego que
tanto había ansiado y practicado, estaba apunto de comenzar y debía de estar
preparada. Silenciosamente me dirijo al despacho de mi padre, y ahí esta,
sucia y polvorienta pero utilizable. Sería mi protección o mi perdición, no lo
sabía. Era mi mejor arma.
Aquella que ya había
probado mi sangre.
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